Foto: Alice Dietrich
En la parte anterior de esta serie comentaba algunas formas de interrupción del proceso creativo por la ansiedad. En esta parte voy a hablar de otras formas en las que el deseo puede ser cortado en su desarrollo y no llegar a buen puerto.
Otra de las maneras ocurre cuando la emoción que despierta un deseo no puede ser asumida. Se trata de la ansiedad ligada a la proyección. La proyección es un mecanismo psicológico mediante el cual atribuimos algo que nos pertenece a otro. Por ejemplo una emoción o un deseo.
Cuando comienzo a ser consciente del impulso de mi necesidad comienzan a aparecer posibilidades en el entorno. Comienzo a imaginar objetos, personas u acciones que podrían ayudarme a satisfacer mi deseo. La imaginación es necesaria como paso previo a la acción que satisfaga mi apetito. Es una especie de intuición o presentimiento de lo que podría ser apropiado para mí en esta situación concreta.
Proyectar nos permite sumergirnos en el mundo y comenzar a ver las posibilidades de nuestro contacto con él. El niño se imagina a sí mismo, mientras juega, en otro lugar en el que no está: un castillo o una nave espacial. La proyección es el comienzo de la búsqueda de las posibilidades de significado y acción.
También la utilizamos para completar la información que nos falta. Cuando no sabemos algo, por ejemplo la causa de un suceso, la imaginamos, la proyectamos. Completamos la información con nuestras proyecciones, con lo que nos gustaría o con lo que nos hace sentir mejor, con nuestros estereotipos y generalizaciones habituales. Y esto no es necesariamente lo que ha ocurrido, somos nosotros con nuestro sistema habitual de pensar proyectándolo en el ambiente. Fabricamos las piezas del puzzle que nos faltan y las intentamos hacer encajar en los huecos de la incertidumbre.
El bebé desarrolla en un cierto momento de su desarrollo perceptivo la persistencia del objeto. Esto es una inferencia que le permite saber que si un objeto está oculto tras otro, como una pelota que rueda hasta detrás de un coche, eso no quiere decir que haya dejado de existir. El objeto sigue existiendo, está allí aunque no se vea y hay diversas formas de llegar a él. El niño deja de percibir el objeto pero aprende a añadir información a esa percepción: el objeto sigue existiendo pero está oculto. En este sentido la proyección es una búsqueda de sentido constante, todo ha de tener una explicación y debemos encontrarla, sino la sabemos la inventamos; como seres humanos racionales estamos ocupados casi siempre en la construcción de los significados.
Este mecanismo, como los otros que hemos venido describiendo, tiene dos caras: la sana y la neurótica.
En la proyección neurótica, el individuo siente la emoción como flotando en el aire, no la siente suya, y ya que no siente que surge de él la atribuye a la otra realidad posible: el entorno; dirigida contra él por el otro. Cuando la persona es incapaz de admitir ciertas emociones que surgen, por ejemplo el enfado que siente, las proyecta y atribuye al otro. En lugar de admitir que está enfadada con otra persona piensa que es la otra persona la que está enfadada con ella. Vemos como aquí hay una falta de consciencia de la situación real. El riesgo aquí es proyectar sin percibir adecuadamente al otro, generando experiencias paranoicas (el otro me persigue y es malo).
Para salir de esta situación tendríamos que poder ver al otro y al entorno, hacer comprobaciones, explorar las posibilidades reales y no solo las proyectadas, y aceptar nuestras emociones de forma que podamos ser más conscientes de lo que ocurre realmente. Ello nos permitiría avanzar hacia el próximo escalón del que vamos a hablar a continuación.
Si se supera el escollo de la proyección neurótica, cuando se es capaz de percibir y crear el entorno, la excitación podría comprometerse con la situación e ir hacia el contacto final; es decir culminar el proceso creativo y obtener satisfacción.
A veces se aceptan la emoción y el deseo como propios, pero da miedo ir al entorno a coger o pedir. No se siente seguridad en el entorno, no se percibe como receptivo o existe el presentimiento y la expectativa de que no vamos a encontrar lo que necesitamos. También puede ocurrir que pensemos que tratar de hacerlo pueda provocar un conflicto con una o varias personas. En este caso para evitar este conflicto la persona trata de arreglárselas por su cuenta y en lugar de buscar los apoyos necesarios se vuelve hacia si misma.
Este mecanismo llamado retroflexión paraliza la acción de tomar lo que es necesario, ir hacia el entorno podría suscitar ansiedad o miedo y esta función “dirigida originalmente hacia el mundo por el individuo, cambia de dirección y se vuelve hacia quién la originado” Dicen Perls, Hefferline y Goodman. Como un boomerang que lanzado hacia adelante retrocede de repente de vuelta hacia su punto de origen. Así en lugar de hablar con quién necesitaría hacerlo lo haría conmigo mismo o en vez de manifestar mi enfado me culpabilizo.
Foto: Pierrick Van-Troost
La retroflexión, como función sana, es una modalidad de contacto que podía funcionar como un apoyo. Su función es la de una retención deliberada ante una situación que necesitaba su tiempo de reflexión o ante un problema difícil de resolver. Por ejemplo, antes de tratar un asunto importante con alguien puedo imaginar el diálogo en mi cabeza, las palabras que voy a decir, cómo las diré, qué podría hacer si surge alguna dificultad, etc. Es autocontrol voluntario.
La terapia puede ser un lugar en el que, con el apoyo adecuado, conseguir transformar la ansiedad en energía disponible para culminar el ajuste creativo con el entorno. Ante la creatividad interrumpida debe ayudar a convertir los escollos en apoyos para lograr la satisfacción (que está siendo buscada al tiempo que retenida).
Cuando estaba escribiendo esta serie de entradas sobre la ansiedad me quedé atascado. Después de un tiempo retomé la escritura apoyándome en aspectos de la teoría: buscando escritos, libros, ejemplos personales, etc. Empecé a darle una estructura a todo y ello me permitió continuar. El atasco empezó a transformarse en fluidez.
David Boix García
Comentarios